Cordero Fueguino
Bien es sabido que Argentina es el país de la carne, ¡y vaya carne!! Si bien en Ushuaia la especialidad es el cordero, que introdujeron aquí los colonos. Así que el reclamo de los pocos restaurantes que quedan abiertos en esta época del año por estar ya en temporada baja, consiste en tener escaparates con corderos abiertos en canal y ensartados en rejillas de metal sobre unas brasitas de leña, que abren el apetito al más vegetariano (sin ofender...).
Seguramente Héctor os escriba un post hablando de nuestros nuevos amigos, el excom de las Malvinas y Roque, el camarero herrante. Yo mientras os cuento qué hicimos...
El primer día nos metimos dedicamos a recorrer el pueblo y recopilar información sobre posibles excursiones y visitas a museos, y visto que se nos hacía de noche, acabamos en el museo/prision del pueblo. Como en todo el resto del territorio, aquí también ha habido una gran disputa por las tierras desde el siglo pasado, en el que Chile y Argentina empezaron a disputarse cada palmo de terreno. Para poder exigir la soberanía hacía falta que viviese gente, pero nadie quería venirse aquí a labrarse un porvenir por las temperaturas extremas y la incomunicación, así que decidieron crear una carcel a la que mandar presos militares y civiles reincidentes. Así se erigió la primera colonia argentina en el lugar. Los propios presos construyeron la carcel y no hizo falta ponerles demasiadas barreras para evitar sus escapadas, porque la propia naturaleza se encargaba de devolver todo preso fugado al abrigo de los muros y la comida caliente. Y los que nunca regresaron, se dieron por muertos tras dos semanas, así que nunca hubo ninguna fuga oficial.
Más tarde se llevaron asesinos e incluso presos políticos, y entre los primeros, cabe destacar al "petiso orejudo", un personaje que guarda cierto parecido físico con un servidor, y que ya os mostraremos en foto...
Hoy en día Ushuaia es una ciudad de unos 80.00 habitantes repartidos en casitas bajas muy chulas las nuevas, y casi chavolas las antiguas, con una calle principal plagada de restaurantes y comercios de todo tipo en el centro "turístico", y casi nada en el resto, más que casa y de vez en cuando un colegio o una iglesia.
Al día siguiente nos subimos a un pequeño barquito que nos llevo hasta el faro del fin del mundo (que no es el que inmortalizó Julio Verne en su obra), y a unas islitas en las que pudimos casi tocar una colonia de cormoranes y otra de leones marinos, para desembarcar después en la única isla con permiso para ello, donde pudimos observar la flora autóctona y escuchar explicaciones sobre los antiguos pobladores de este confín del mundo, los yamanás. Un pueblo que vivía prácticamente desnudo, pero siempre al calor de inmensas hogueras que incluso llevaban encendidas en sus barcas de corteza de lenga (de ahí lo de tierra de fuego), y grandes comedores de mejillones.
El día se estropeó, así que esperamos el siguiente para hacer una rutita de 6 horas de trekking por el parque nacional entre bosques de lenga (un especia de olmo), pájaros carpinteros, rapaces, un zorro, patos y caballos salvajes. Muy "gonito" todo, pero muy cansado al final del día.
El último día alquilamos un coche, porque no había quien saliera a pasear, y nos pusimos en ruta hacia el lago Fagnano. En el camino recogimos a dos autoestopistas ingleses que acababan de empezar un viajecito de un año por sudamerica y los llevamos hasta el siguiente pueblo, 110 kilómetros más allá.
Ahora salimos hacia El Calafate a ver el Perito Moreno, ya os contaremos...
Pat Garret.
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