El Chaltén (o "Cómo estar orgulloso de uno mismo")
Eso se lo he robado a Héctor, que tras 5 horas pateando por el monte me comentó que hasta el mismísimo aventurero Carlos Ortega podría estar orgulloso de nosotros. Y es que después del bautismo de fuego en Ushuaia, y comprobar con gran regocijo por mi parte que de los tres pares de botas que me compré, me quedé con los buenos, hemos andado un poquito más y, oye! que uno acaba cansado, pero al día siguiente tiene ganas de más.
Llegamos a El Chaltén, capital nacional del trekking, a eso de las 12 después de 4 horas de viaje para hacer 220 kilómetros, la mayoría de ellos de ripio (RAE: Cascajo o fragmentos de ladrillos, piedras y otros materiales de obra de albañilería desechados o quebrados, que se utiliza para rellenar huecos de paredes o pisos. FRAN: Una carretera de piedras y tierra en la que no puedes ir a más de 40 Km/h si no quieres quedarte sin coche) y nos dieron una charla explicativa del parque de los Glaciares (el mismo que el del Perito Moreno... es que es tan grande!!), pero esta vez sin que pagásemos nada.
Tras las explicaciones del personal y todo un decálogo de recomendaciones y advertencias para, por un lado no morir en el intento y por otro que nuestra estadía pasase totalmente inadvertida, nos dimos cuenta de que no disponíamos de las teóricas 8 horas de luz necesarias si queríamos subir hasta el Fitz Roy y bajar, así que nos encaminamos hacia el mirador del cerro Torre, uno más chiquito que está a la izquierda del Fitz. Por el camino nos encontramos con Pep e Inma, los recien casados que conocimos en el Perito Moreno, catalanes y republicanos a muerte (por lo menos él) y constatamos un hecho, no hay quien les caye. Pero muy buena gente, eso sí. En dos días, te parecen de la familia, porque te da la sensación de conocer toda su vida!!!
A la bajada nos encontramos con fuerzas y visitamos El Chorrillo; una cascada muy chula que nos hizo completar las 5 horas de caminata del día. Para calentar piernas, como decía yo, y al día siguiente a por el Fitz. Pero no, porque amaneció lloviendo y la cama del hostel era la mejor que habíamos probado desde que aterrizamos en BAs. Este segundo día fue muy tranquilo, sobre todo porque (por fin) perdí de vista a Héctor. Se levanto algo más tarde que yo y sin saber cómo ni por qué, no conseguimos encontrarnos en un pueblecito que tiene 2 calles!!
El Chaltén se emplaza a la orilla de un río de aguas azul verdosas debido a los minerales en suspensión que arrastran los glaciares que lo alimentan, en medio de un valle que en otro tiempo fue un gran bloque de hielo deslizándose y dando forma a las piedras, para retirarse unos millones de años después convirtiéndose en un caudaloso río que rellenó con tierra el valle, y que a la larga ha acabado como un río bastante ancho durante el deshielo que serpentea por el mismo. Me recordó bastante a Curavacas, pero en grande. Poco a poco el pueblo a ido creciando gracias al turismo, que empezó siendo principalmente de escaladores, y que cada día es más heterogeneo, y si como se supone acaban la carretera asfaltada, engullirá al pueblito para pasar convertirlo en un centro vacacional más...
Como os decía, nos perdimos hasta por la tarde, cuando nos volvimos a encontrar en el hostel, y para nuestra sorpresa ambos habíamos ascendido al mirador de los condores sin llegar a cruzarnos. Yo ví 5 cóndores sobrevolar el mirador, y aunque no tengo mucha idea de zoología avícola, me lo creo porque había una pareja de holandeses que me avisaron, y él estaba ¡loco por el cóndor, oigaaaa!
Por fin nuestro último día, hoy sí o sí nos subimos al Fitz Roy, que lo hemos visto desde el pueblo varias veces, aunque la mayoría del tiempo estuviese cubierto. Como somos animales de ciudad hicimos un poquito de trampa y alquilamos un taxi manejado por Tere, la directora-profesora-administradora del jardín de infancia, que casi nos saca de la carretera en una curva cegada por el sol. Rodeando un cerro, nos dejo en otro camino de acceso, a la misma distancia del pico aproximadamente, pero algo más arriba, con lo que nos ahorramos la primera hora de dura subida, convirtiéndola en un paseo por el lecho del río, atravesando bosques de lengas, calafates y ñires. Parada a una hora y media para observar el glaciar Piedras Blancas, de un azul casi inverosimil, y es que cuando el sol no incide directamente en los glaciares, estos toman un color azul más intenso cuanta mayor presión sufrió la nieve para convertirse en hielo, o a lo largo de su recorrido descendente. La laguna a sus piés, como un espejo inquebrable, liso, pétreo, reflejando la montaña, el cielo, al propio glaciar... si el viento lo permite.
Llegamos hasta el campamento Poicenot, a una hora por una escarpada pendiente de la Laguna de los Tres, base del Fitz Roy. Agua-nieve, viento, frío, nubes... cagontoloquesemenea. A pesar de la mano que me atenaza las entrañas y tira de mí hacia arriba, tengo que reconocer que no merece la pena, y tras reponer fuerzas, y hechar un último vistazo a la nube tras la cual seguro que la cumbre se está riéndo de nosotros, emprendemos el descenso sin prisas, disfrutando de los momentos de paz en que los árboles o las rocas nos protejen del viento y algún rayo de sol nos alcanza.
El paisaje no tiene precio. De un lado la montaña envuelta en nubes, del otro el cielo azul sobre el valle. Por momentos es necesario ponerse los guantes, la braga polar, el gorro y la capucha; cinco minutos después te tienes que quitar hasta la "campera" y ponerte las gafas de sol, hasta que te paras otra vez y el viento gélido te empieza a secar el sudor, comienza a llover de nuevo y vuelta a empezar.
Arroyuelos, lagunas, rocas desnudas, cientos de arboles retorcidos en su lento crecimiento a favor del viento, cientos de ellos partidos por la mitad o simplemente arrancados de cuajo con las raices al aire, espacios arrasados por una bomba natural que ha matado todo lo que sobresale más de medio metro del suelo con su constante e invisible fuerza, día tras día, año tras año, sin dejar de soplar, de nevar, de helar; musgos que se adieren a los troncos, árboles que nacen de entre sus parientes muertos, y la paz. Te das cuenta de lo insifnificante que puede llegar a ser el ser humano al apreciar que las cosas no están hechas a su escala, todo es inmenso, todo es extremadamente inhospito, un lugar en el que sólo algunos animales adaptados a lo largo de infinitas generaciones, pueden sobrevivir.
Bajamos hasta el mundo de los mortales y nos metimos en un hostel-restaurante para degustar una milanesa napolitana. En este país la gente cocina a escala, y una milanesa no puede ser menor del doble de cualquier filete español, así que si a eso le pones encima tomate frito, queso, jamón york y orégano... yo, no me lo acabo! Pero jamás te quedas con hambre, prometido.
Poco después nos metimos en el primero de una serie de autobuses que, tras unas 34 horas de viaje, nos deberían dejar en Bariloche, nuestra próxima parada.
Como dicen por Waslala, "seguimos caminando".
Pat Garret.
1 Comments:
Francesco, hijo, aún tengo el corazón "encogío" después de leer esta estupenda descripción.
Me encanta leer lo que escribes y cómo lo escribes.
Un saludo desde la madre patria.
Mike
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