Copacabana... Bolivia!
(09/06/06)
El autobús se dedicó a bordear el lago, pero tan tierra adentro que no se veía por ningún lado. Al llegar a la frontera con Bolivia, hicimos el trámite en ambos lados sin ningún problema, a pesar de que el responsable del autobús en el que íbamos, fuera un mal educado que acabó por caernos mal por su trato despectivo y su feroz intento de que cambiásemos nuestros soles en el establecimiento fronterizo del lado peruano, en el que seguramente le darían comisión...
Si hasta la fecha habías recordado con cierta asiduidad la famosa máxima de "lavado, pelado o no consumido", al entrar en Bolivia se hace omnipresente, porque además de "lavado", debes añadir "con agua mineral", y porque todo el que pasa por Bolivia, deja algo en esta tierra...
Continuamos nuestro camino en bus hasta Copacabana, desde donde salen las embarcaciones hacia la Isla del Sol. En esta isla del lago Titicaca fue donde nacieron, según la cultura Inca, el primer Inca y su coya.
El viaje en barquito dura una hora y media, y te permite admirar la Isla de la Luna (que es donde tenían recluidas a las vírgenes), la Cordillera Real (al este y con nieves perpétuas) y la inmensidad del lago, que en ciertas direcciones parece no tener límites dado que no ves las montañas que lo rodean.
Al llegar a la isla te abordan unos cuantos lugareños que intentan llevarte a su hostel o enseñarte las ruinas cercanas a cambio de unos bolivianos (moneda de Bolivia), pero esta vez eso no debe importarte... Lo importante esta vez es plantearte cómo vas a subir los 204 escalones que te separan de la zona de alojamientos, con esos 20 kilos de mochila que llevas encima, encontrándote a 3800 metros de altura. Y es que si hasta ahora habías sentido de vez en cuando la falta de oxigeno, de repente se convierte en algo insalvable. Empiezas parando a los 25 escalones, después bajas el ritmo y aguantas un poquito más, y tras 5 paradas, quizá te hagas los últimos 50 del tirón.
Nos alojamos en un hostel horrible al que nos llevaron engañados, y es que después de subir, lo único que quieres es quitarte de encima el lastre de la mochila, y cuando te quieres dar cuenta, ya has pagado sin comparar nada de nada.
Esa tarde nos acompañó Luís, nuestro guía, un chaval de unos 11 años que nos dio una vuelta por los alrededores del pueblo explicándonos todos los atractivos cercanos: ruinas, huellas del Inca, balsa de totora, residencia del regidor español , faro para ver la puesta del sol, y contestó a todas nuestras preguntas sobre cómo la gente se ganaba la vida en la isla y por qué estaban peleados los de la parte norte con los de la parte sur, y es que al parecer hace unas semanas una niña de la parte norte encontró oro en unas ruinas de la isla y los de la parte sur se lo quitaron. Resultado, han cerrado las fronteras... Ahora no hay barcos que hagan el rocorrido que une ambos puertos de la isla, y ya no se ajuntan los unos con los otros.
Llegamos hasta "el faro", al cual suben los turistan en peregrinación para ver la puesta de sol. El problemilla fue que llegamos hora y media antes de la puesta de sol, pero nos vino bien, porque conocimos a Javi, un leones que tras vivir varios años en Inglaterra y currar como un león, ha decidido darse una vueltecita al mundo para ver qué es eso que le cuentan todos por allí. Porque cada vez que lo comentaba con la gente de allá, le decían algo así como: Sí, me acuerdo de cuando lo hice yo... Vamos, que en Inglaterra es una especie de tradición y lo puedes poner en el curriculum y todo, que da puntos porque piensan que sabes desenvolverte y tratar con la gente, en lugar de mirarte como a un vago que sólo quiere divertirse y no currar, como podría pasar en ciertos sitios en España.
Despedimos a Luís dándole 5 bolivianos, y se perdió entre los arbustos corriendo ladera abajo como un gamo. Justo antes Héctor me preguntaba cuánto le damos, y yo contestaba que no tenía ni idea, ¿10?, ¿20?, hasta que Javi nos hizo ver que debíamos tener cuidado, no fuera a ser que le pagásemos más de lo que iba a ganar su padre en ese día, y claro quedaría un poco mal. Y es que uno no sabe cuanto gana un boliviano de a pie en bolivianos, pero si por andar con un turista un rato vas a ganar más que siendo maestro de escuela, ¿para qué darte el palizón a ser maestro???
Ese día lo acabamos cenando espaguetti con Javi en uno de los pocos restaurantes de la isla, que no pasaba de ser un barraconcillo helado con cuatro mesas. Después a la camita, que al día siguiente nos esperaba una caminata de 4 horas por la isla para poder admirar unas ruinas más.
Por el camino nos encontramos con la frontera. Una cabañita y un pretil de piedra de medio metro de alto con un par de palos a modo de entrada. Allí un par de señores nos pidieron unos bolivianos a cambio del salvoconducto, que incluía una entrada al museo del oro, sito en la parte norte de la isla. Yo a cambio le pedí que me diera unas hojitas para coquear de la bolsa que tenía encima de la mesa. El problema para visitar el museo es que había que bajar hasta el pueblito, y aparte de que luego habría que subir otra vez, no teníamos nuestro equipaje, así que no nos dió tiempo a visitarlo.
Por la tarde de vuelta a Copacabana para dormir y salir al día siguiente lo antes posible hacia La Paz. Esa era la idea, pero encontramos un pub para extranjeros con músiquita y margaritas, y aunque en un principio íbamos a tomar sólo una para despedirnos de Javi, pero acabamos preguntando si se podía pagar en Soles y Dolares y salimos de allí muy contentos. Gran velada, sí señor.
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