jueves, junio 01, 2006

Tras la crisis, a Perú por Chile

(01/06/06)

Como escribía el compañero Cordo, tras la visita a Iruia nos vimos aplastados por el calor, hambrientos e indecisos en una pequeña placita de Humauaca intentando decidir cuánto dinero sacar del cajero, para lo cual era imprescindible saber cual iba a ser nuestro próximo movimiento. Ante la idea de pasar a Bolivia y agarrar un avión que cruzase el país hasta La Paz para llegar lo antes posible a Machu Picchu, se nos vino a la cabeza que era una tontería, porque para eso no hacía falta pasar por Bolivia, así que nos tiramos hacia el Oeste, y al final hemos vuelto a atravesar la cordillera de los Ándes en autobús para llegar hasta San Pedro de Atacama e intentar aprovechar el viaje de alguna manera.

Por el camino... Casi 4000 metros. Siento sobre el pecho una opresión que identifico con esa pena profunda que a veces se instala en tu pecho y apenas te deja respirar, convirtiéndose en la antesala del llanto. Por más que intento ensanchar mis pulmones, no parece ser suficiente. Me falta el aire, recuerdo también esas primeras respiraciones que hace uno bajo el agua en el mar cada vez que se calza una tuba o una botella de buceo, y que se sienten como una mezcla de la presión del agua sobre los pulmones y la alarma nerviosa del cerebro intentado asimilar el hecho de obtener oxígeno allá abajo.

El otro día en Purmamarca subí un cerrito de no más de 70 metros por un camino escarpado pero sin exagerar, no tuve que usar las manos en ningún momento para subirlo. Uno empiza caminando a paso ligero, dos minutos después te oyes jadeando sin saber el por qué, sigues adelante algo más despacio pero no te recuperar, te falta el aire. Pocos minutos después te sientas en el suelo casi sin resuello mientras, eso sí, contemplas el famoso Cerro de los Siete Colores en todo su explendor. A los 5 minutos estás totalmente repuesto y no notas rastro alguno del cansancio (¿ein?) Vuelta a empezar...

Al volver a pasar por las Salinas Grandes camino de Chile, me percaté de algo curioso, y es que uno podría pensar que la flora en un salar es inexistente, y es cierto, pero no en sus bordes donde, entre manchas blancas salinas, se desarrollan pequeños matorrales amarillos y salpicando el paisaje aparecen charcos de un azul intenso que reflejan el cielo a través del aire límpido de estas latitudes.

¿Vivirá también algún animal en esas aguas que sin pura sal líquida?


Pat Garret.